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soldado de escritório

por: Ingrid Kooks

PARTE 1

Ya tenía edad suficiente para hacer el servicio militar. Realmente me sentía bastante entusiasmado, le había comentado a mi papá que quería hacer mi servicio en el chaco pero él se opuso (no quería que me fuera tan lejos) entonces me dice: - Nachito, voy a verte con el Tano para que te “tomen” acá cerca.

Yo no era un tipo muy disciplinado, mi mamá me andaba detrás para que esté bien vestidito, peinadito, perfumadito, ere erea, sargenta cómo ella luego no había. Recuerdo solía tomar la siesta y me obligaba a que me acueste a su lado, muy pocas veces conseguía hacerme dormir y otras muchas yo salía sigilosamente de la pieza y me iba a la canchita y a la una hora se escuchaba el silbido “juuuuuuiiiiiiiiip” esa era la señal en código de: “Te pillé Ignacio, vas a ver”. Mis amigos me decían: -Nacho tu mamá te llama, tiene cinto en su mano hina. Y yo les decía: - Hacé nomás de cuenta que no le viste, vamos a jugar todo si que total voy a ligar nomás luego sí o sí.

Mamá era una señora muy estricta, pero se entendía que quería que yo fuera un chico hecho y derecho y sí que le dí trabajo, pero sí nos queríamos a nuestra manera. Una señora pulcra en todo sentido, fina, inteligente y trabajadora, dicen que la gente buena dura muy poco en este mundo y ha de ser cierto porque mi mamá partió cuando yo tenía tan sólo 13 años.

El sistema educativo de mi querido Stromber me enseñó 2 cosas, la primera que tenía que participar de las asambleas colo’o del colegio si quería pasar Educación Física y la segunda es que la dictadura se estableció en Paraguay y nunca se fue, vivimos una dictadura distinta ahora.

Cómo les dije nunca fui disciplinado y cuando mamá partió me hice Febrerista y no por el PRF sino porque siempre dejaba mis materias, descubrí que podía haraganear todo 1 año y dejar materias para rendir en Febrero, me pareció buen negocio, también me parecía buen negocio carpir el patio del colegio en vez de asistir a las susodichas asambleas colo’o, carpir el patio del colegio era el equivalente a rendir un extraordinario de Educación Física.

Y aquí es dónde volvemos al principio de mi relato, me dije a mi mismo: - Que purete si me voy al chaco, algo así cómo una aventura. Ya con mis 18 cumplidos y con la respuesta negativa de mi papá, bien, no fui al chaco, y por suerte que no me fui ahora que pienso bien… un vecino había ido y sufrió un “accidente” durante su servicio, en la dictadura pasaban muchos accidentes.

Me puse mi uniforme, no me gustó, me remangué. Salí a tomar el colectivo y me fui al ministerio, ahí me esperaba Tribbiani, mejor conocido como el Tano. Formidable señor, amigo del amigo de un cuñado mi papá y supuesto guardaespaldas de Stromberto. Stromberto tenía, hablando de eso, un secretario que quién diría que ese tremendo mono nos daría casi 40 años después un futuro mediocre con M de Mono con Gillette y quién diría que la gente seguiría votando por vaka’i y 2 San Roques, algunas cosas no cambian.

Tribbiani era un señor bueno, puedo hablar del trato que me daba a mí, pero por lo visto no era muy popular con sus allegados colegas milicos. Mi servicio era en oficina, por eso podía dejarme el pelo crecido, Dios me libre de perder esa melena y además de eso me encantaba ir de acá para allá haciendo mandados, me gustaba viajar en colectivo.

PARTE 2

Hay muchas anécdotas que recuerdo de aquellos días, muchos de mis trajines eran para ir a “requerir” algo para mi Sargento que nunca me dijeron que era, pero tácitamente todos sabíamos, obviamente no me iba a hacer del loco a preguntar ¿Jefe coima es lo que me voy a pedir ajepa? Después le iban a decir a papá que tuve un “accidente”.

La señora del Tano a veces se aprovechaba y quería que haga de chacha y en una de esas me enojé y le dije: - No, discúlpeme doña no me voy a ir comprar leche y kolinos, mándele a uno de sus hijos – Ni bien terminé de decirle parecía que me iba a tirar su paila por mi cara, por qué piko le dje así luego, el Tano me va a colgar y no precisamente del cuello. En fin, fui al ministerio a hacer oficina, mis gestiones, etc. y se acerca un colega y me dice que el Sargento quiere que me vaya a su despacho, y yo ya me iba rezando, llegué, toqué y una voz gutural me dice: - Adelante – Y ahí estaba mi sargento timbeando con sus compadres y me quedé medio descolocado a lo que él me mira y me dice: - E’a Nacho, ¿que hacés acá? – me di cuenta que el Tano estaba con racha de suerte ra’e y se le olvidó que me tenía que castigar por lo de su señora, me avivé y le dije: - Nada mi sargento, quería ver si no necesitaba de mi, voy a salir. – sonriente y sin despegar sus ojos de sus barajas me dice: - Nada, nada retírese. – Una vez más la viveza había vencido y me pude ir tranquilo a mi casa ese día, me prometí que tenía que ser más prudente porque con los milicos no se jodía así nomás.

Karma, karma, karma, karma, karma chameleon, you come and go, you come and go… temazo sonando en la casa de Juan toca-disco, le decíamos así porque cuando recién salieron los toca-discos él era el único que tenía uno en el barrio pero era todo un tema, cómo el tipo ya había escuchado mil veces las canciones hacía sonar un rato el disco y ponía otro porque se aburría, hacía una especie de “zapping”. Ese sábado a la noche cómo siempre, nos quedábamos hasta tarde en la casa de mi hermana Sonia, Juan toca-discos, su vecino, mi compadre, vino junto a nosotros porque se armó una peña y le trajo a una chica de nariz grande, rulos tipo Madona y feroz lunar al lado de su boca, iporãiterei, quién diría que esa chica me traería tantas alegrías y tristezas años más tarde. Estábamos todos kaúchos y vino la patrullera, estábamos haciendo demasiado sarambí ya y había toque de queda – Quién es el dueño del lugar – Dice el oficial, - Yo soy – dije, porque no quería que Sonia pasara la noche en la comisaría, y así cómo así la noche se terminó, cada quién se fue a su casa y Nachito a la comisaría.

Cómo saben, Paraguay es un país de amigos y chupi, para hacer pasar el mal momento los oficiales estaban con ganas de celebrar su sábado, justo era su Santo ára: Santa Rosa. Todo terminó en kilombo porque había sido el Oficial le tenía ganas a la señora del otro Oficial y se le pilló (el alcohol nos pone sinceros a veces) lo que sí que “accidente” y yo cómo me había ido con otro oficial a comprar Ari no presencié por suerte semejante cosa osino yo también iba a “accidentarme”.

Nuevo día, pulcro, con mi uniforme planchadito cómo le gustaba a mi mamá, camino al ministerio ya otra vez. – Romero – me llama mi sargento. – Quiero pedirte el siguiente favor… cómo sabes mi papá está muy enfermo, postrado, y yo acá no puedo hacerme cargo de algunos asuntos. – Yo le miraba nomás pensando ¿Y yo qué tengo que ver acá? . – continúa: - Quiero que te vayas a Pilar y que le midas a mi papá para poder mandar hacer su cajón.

 

Y ahí estaba yo camino a Pilar, hacía calor y casi me quedé dormido. Llego a la casa de Ña Idalina y le comento lo que su hijo me había pedido y me dice: - Si mi hijo, pasá nomás, el ko ya no se mueve más, medile tranquilo. – Entré al cuarto y en eso me doy cuenta ¡No traje la cinta métrica!, y por algunas razones de la vida Ña Idalina no tenía tampoco, era de las pocas mujeres de esa época que no tenía de esas latas de galletitas que dentro había utensilios de costura, pero era mujer de soluciones, deshilachó un poyvi que usaba de cubre sofá y me paso un hilo que parecía sin fin, y con eso, casi haciendo un dibujito de escena del crimen sobre el señor inmóvil, corté el excedente y llevé a Asunción.

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